Hay amores
que no terminan,
solo se detienen,
como una canción que se queda en pausa,
cuando más dulce es la melodía.
Tú fuiste eso:
un suspiro en el pecho de mi destino,
una estrella fugaz que no se extinguió,
sino que se escondió un momento
en otra constelación.
Lo vivido contigo
no se borra,
no se rompe,
no se desvanece.
Se queda ahí,
haciendo eco en la eternidad,
como esas risas que vuelven en sueños,
como esas miradas que aún estremecen
cuando cierro los ojos.
Fuimos verdad,
aunque no completos.
Fuimos magia,
aunque el tiempo no nos dio tregua.
Y aunque los caminos nos llevaron
a direcciones distintas, hay hilos invisibles,
que siguen atados al alma,
esperando el giro del mundo
que nos vuelva a cruzar.
No renuncio a lo que siento,
solo lo abrazo en silencio,
lo cuido como se cuida
una llama pequeña:
con ternura, con fe,
con la esperanza de que algún día
vuelva a arder con fuerza.
Porque hay conexiones
que no se explican, solo se viven.
Y tú, amor,
me hiciste sentir vista, real,
vulnerable y poderosa a la vez.
Fuiste caricia y tormenta,
fuiste pausa y exaltación,
fuiste eso que convulsionó mi alma
de forma exquisita y precisa.
A veces la vida
nos separa para enseñarnos,
para prepararnos
para un reencuentro más pleno,
más maduro, más verdadero.
Y en ese quizás, en ese futuro que no se promete pero se anhela, me aferro al recuerdo
como quien abraza el aire porque sabe
que lleva perfume de lo amado.
No es un final.
Es solo un hasta luego.
Una pausa sin punto final.
Un espacio abierto para cuando el universo
decidaque ya es tiempo, y nuestras almas puedan volver a tocarse
en el instante perfecto donde todo lo vivido haya valido la espera.