Los pájaros que nos miran no saben apreciar
la dulzura de nuestros instintos más perversos.
El fuego quemando nuestras costillas…
¿eran solo las mías?
Aquellas costillas quemadas,
dejando el corazón
pendiente de tacto.
Los pájaros que nos miran
no saben cómo convocar el llanto.
No conocen la dolorosa rama
que atraviesa nuestros cuerpos.
Desdichados aquellos que nos vieron
y por miedo no dijeron nada.
Desdichados aquellos que nos vieron
y, por sobra de valentía, lo denunciaron.
Pero lo cierto es que nadie supo mirar.
Ni ellos.
Ni nosotros.