Te encontré en el instante
en que el universo respiró hondo
y el tiempo dejó de correr.
Eras luz vestida de misterio,
yo, sombra buscando un amanecer.
Cuando tus ojos me tocaron,
la soledad se arrodilló ante nosotros.
No fue amor a primera vista…
fue reconocimiento de siglos,
fue un “ya te conozco”
dicho por las almas
mientras los cuerpos aún dudaban.
Desde entonces,
ya no camino solo,
porque tu voz es mi norte
y mi piel recuerda tus manos
aunque no estén.
Si alguna vez el destino
quisiera alejarnos,
se perdería en el intento,
porque nuestras almas
ya no saben
cómo vivir separadas.
Somos un mismo latido
en dos cuerpos prestados,
una eternidad habitando
en un instante.