Su propia víctima,
cargada con una pesadez visceral,
sujeta a la congruencia
de un ser abatido
y agobiado por el peso de su conciencia;
arraigada a un existencialismo humano
que soporta la inverosimilitud
y la fugacidad de la vida,
atrapada en la interpretación narrada
de la marejada que habita
en un cráneo cavilar,
exaltado por el brillo perpetuo
de lo sempiterno.