Tengo un amante lejano,
en la bóveda azul y silente,
con anillos de sombra y drama,
envuelto en misterio,
como cartas no leídas
de un amor que nunca reclama.
En el baile eterno del firmamento
surge coloso, sin lamento,
con un manto de nubes en espiral
y alma de fuego celestial.
De lejos lo miro,
con amor callado;
sueño sus caricias
desde el cielo consagrado.
Mi amante es hijo del mito,
guardián de secretos no dichos,
vigía de la noche estrellada.
No busca amor…
pero lo deja en cada jornada.
Su imagen es leyenda,
su fuerza, canción.
Un dios sin templo,
lleno de devoción.
Lo amo sin tocarlo,
lo toco sin tenerlo.
Y cuando su rostro gira
hacia mi mundo,
yo tiemblo.
Danzas con sus lunas fieles—
y yo,
la que lo mira desde el borde del mundo,
lloro.
Porque estoy tan lejos.
Lo vi danzar en el cielo profundo,
envuelto en bruma y promesa,
como si el universo lo hubiera tallado
solo para tentarme desde la distancia.
—L.T.