Tu mirada brillante es el faro que me rescata de la deriva,
y me conduce, sereno, a tierra firme.
Tu piel, blanca y suave, es la arena sagrada
que, al rozarla, solo me ofrece paz.
Tu cabello dorado arde como un fuego eterno,
dándome calor y luz
cuando la noche es fría
y mi alma, oscura.
Tu voz… esa voz…
es la melodía que deseo como compañera perpetua;
la que, cuando caiga una y mil veces,
susurrará mi fuerza para levantarme.
Y con solo cuatro letras pronunciadas,
cada vez que digas papá,
mi horizonte se iluminará
y el camino volverá a abrirse ante mí.