En la penumbra del valle sin nombre, la sangre corre, río de ira y muerte; los gritos se enredan con el viento como hilos de un destino sin piedad. Cae la luna, testigo de horrores, sobre cuerpos quebrados y miradas vacías; cada sombra parece un cuchillo que corta el alma antes que la carne.
El eco de antiguas guerras murmura en los pasillos de piedra y fuego, y el corazón, prisionero de su miedo, late al ritmo cruel de los condenados. Oh, violencia, reina silenciosa, tu corona hecha de huesos y llanto; y yo, viajero perdido en tu reino, siento tu furia, eterna, consumiéndome.