Elizabeth Maldonado Manzanero

Abandonada

Aterrada, consumida, corrosiva, impura,

me intoxica el alma

ese te amo que se repite incesante

en mi mente,

desde los labios ausentes de mi amado.

 

Ahogada en los bordes de la infelicidad,

dependiente de tu beso,

con el apetito herido

y el impulso ciego de la aventura,

no entra en mi retina

un vórtice de felicidad,

ni anhelo otros aromas

más gratificantes

que el sudor de tu piel.

 

Ni hay murmullo entre los pinos

más suave ni más cierto

que tu respiración dormida

en el fondo de mis oídos.

Así de fiel te soy.

 

Ante tu ausencia,

no hay piel que abrigue mis inviernos.

Me mantengo inmersa en aguas oscuras,

fatídica,

desprovista de caricias.

 

Miserables e insuficientes

son las lágrimas que vierto,

que no logran consolarme

ni borran la oscuridad de la mente.

 

Solo tengo la mirada puesta

en la esquina del olvido.

Soy como una casa abandonada.

 

Colapsa mi cuerpo

bajo el peso de extrañarte,

del erotismo sin voz,

del deseo sin eco.

Y no me quedan fuerza

ni para burlarme de mí misma.