Aterrada, consumida, corrosiva, impura,
me intoxica el alma
ese te amo que se repite incesante
en mi mente,
desde los labios ausentes de mi amado.
Ahogada en los bordes de la infelicidad,
dependiente de tu beso,
con el apetito herido
y el impulso ciego de la aventura,
no entra en mi retina
un vórtice de felicidad,
ni anhelo otros aromas
más gratificantes
que el sudor de tu piel.
Ni hay murmullo entre los pinos
más suave ni más cierto
que tu respiración dormida
en el fondo de mis oídos.
Así de fiel te soy.
Ante tu ausencia,
no hay piel que abrigue mis inviernos.
Me mantengo inmersa en aguas oscuras,
fatídica,
desprovista de caricias.
Miserables e insuficientes
son las lágrimas que vierto,
que no logran consolarme
ni borran la oscuridad de la mente.
Solo tengo la mirada puesta
en la esquina del olvido.
Soy como una casa abandonada.
Colapsa mi cuerpo
bajo el peso de extrañarte,
del erotismo sin voz,
del deseo sin eco.
Y no me quedan fuerza
ni para burlarme de mí misma.