Me arranqué la lengua
en un intento desesperado
de disfrazar las palabras
que se escurrían de mi boca:
sucias,
pero sacramentales e indulgentes.
Salieron,
sin prisa por redimirse,
aunque con la agilidad suficiente
para descomponer
y juguetear con sus propios recursos.
Abatidas y destruidas,
eran solo carne…
pero carne capaz
de permanecer inmóvil
y, aun así,
hacer más que un cuerpo
en movimiento.
-S.S