Bienaventurados los muertos,
porque no verán las nubes arder
ni oirán el llanto de quienes se quedan.
Han quedado atrás las diferencias,
los credos, las peleas.
Los vivos se preguntan:
—¿Valió la pena?
Y siguen llegando a los lugares:
cafés, iglesias, ¡bares!