Con paso firme cruza la frontera,
su espada no derrama sangre vana;
protege al débil, rompe la cadena,
y en su mirar la paz se engalana.
No vino a conquistar con fuego y guerra,
sino a sanar la herida del que llora;
donde otros siembran ruina sobre tierra,
él deja luz que nunca se evapora.
Su nombre vibra como canto eterno,
“Dios ha sanado” dice su destino;
y aunque camina por el valle enfermo,
su alma es bálsamo, su fe, camino.
Rafael no se rinde ante la muerte,
él sabe que la vida es más que aliento;
su escudo es la verdad, su brazo fuerte
se alza por amor, no por tormento.
Los ángeles le siguen en silencio,
pues su batalla es santa y sin rencores;
y cada herida que tocó su incienso
florece en paz, renace entre dolores.
Así camina, noble y sin corona,
el guerrero que cura con su fuego;
y aunque el mundo su luz abandona,
él sigue fiel al cielo, a paso ciego...