starmoon

TABLERO INVISIBLE: PARTE 2

La ciudad no tenía nombre.
O si lo tenía, él no podía recordarlo.
Era un lugar donde el tiempo no medía las horas, sino las repeticiones.
Y todo parecía susurrar: “ya has estado aquí.”

Elías —porque ahora, por un instante, ese nombre le parecía suyo— caminaba por calles que parecían surgir del sueño de alguien más.

Las farolas estaban encendidas aunque no había noche, y los relojes de los escaparates marcaban horas distintas, como si cada tienda viviera en su propia línea temporal.

Fue en uno de esos callejones sin salida donde lo encontró.
O tal vez fue al revés.

Era un hombre viejo, envuelto en una capa de tonos deslavados, como si su ropa también estuviera cansada de existir.
No tenía ojos, pero veía.
No tenía voz, pero hablaba.

—Te has movido sin mover pieza —dijo, sin mirar—. Has despertado sin comprender la partida.

Elías sintió una punzada en el pecho. No conocía al anciano, pero su voz tenía el eco de una conversación olvidada.

—¿Quién eres?

—No importa quién soy. Importa lo que eres tú.
—¿Y qué soy?

El anciano lo observó, o pareció hacerlo.

—Eres la jugada que se repite. El paso en falso. El eco del error.
Cada vida te acerca a la respuesta, y cada respuesta… te condena a comenzar de nuevo.

Elías quiso preguntar más, pero el anciano levantó una mano, y de su túnica cayó un objeto pequeño: una reina blanca.
Tan limpia, tan perfecta, que parecía recién tallada.

—Esto no es solo un juego —susurró el anciano—. Es el mapa.
Cada pieza es un recuerdo.
Cada recuerdo, una decisión.
Y tú has olvidado demasiadas.

Elías extendió la mano, pero el anciano retrocedió.

—No tan rápido. Primero debes recordar al Rey.

La palabra cayó como una campana rota.
El Rey.
Esa figura sin rostro que lo observaba desde las grietas del tiempo.
Esa presencia que lo seguía, silenciosa, como una sombra que nunca deja de pesar.

—¿Quién es él?

El anciano sonrió, pero no fue una sonrisa amable.

—Él es lo que dejaste atrás.

Y antes de que pudiera preguntar más, el anciano desapareció, como humo atrapado por el viento.

Solo quedó la pieza blanca en el suelo.
Y el cuaderno, ahora abierto en otra página, con una nueva línea escrita:

“No todos los reyes gobiernan reinos. Algunos gobiernan tus recuerdos.”