Existe el dolor real del corazón, físicamente palpable, y detestable.
Madrugada imperiosa, deseosa de sanar. Carrera contra un tiempo destruido, desbordado,
resquebrajado,
sin saber cuánto les quedan a las partes pegadas con pegamento sin manual.
Las viejas y queridas lágrimas de niño yacen en lagos desencajados,
que prometen encauzarse y palpitar a ritmo normal.