liocardo

ya, las empoderadas.

Iba en el coche esta mañana camino del supermercado y me llaman al teléfono. Una de las vecinas, de la farmacia. Tienen mi número, se los he dado para una emergencia. A veces están las chicas solas y viene algún pesado para exigirles medicamentos sin receta o dinero y  se ponen amenazantes; o para cualquier emergencia.

 

Resulta que me cuenta que en el sobretecho hay un animal que está rascando y chillando para querer salir. Así que dejé mis asuntos y me di la vuelta (no sólo por las chicas, que conste; también era para rescatar al pobre animal). Voy a casa, le digo antes de colgar, cojo unos guantes, una escalera y una linterna y voy para allá. No, escalera tenemos, me responde. Ok, genial. Y si quieres aquí hay guantes. Pero qué guantes? Voy a coger unos guantes de protección, que puede ser que el bicho esté nervioso y pique o muerda. Y dio un grito; la asusté más.

 

Escalera? Una escalinata de aluminio de cuatro peldaños que temblaba más que un flan. Bueno, nos apañamos. Me subo a la escalera, quito una de las placas, que son bastante pesadas, intento apartarla a un lado, que no era fácil, todo ello con  el cuidado de que la fiera en cuestión no me salte a la cara, y mientras tanto una de las muchachas explicándome cómo ella lo oyó caminando al tiempo que la otra me advertía: ten cuidado no te caigas; ten cuidado no se rompa la placa; ten cuidado que hay cables… en esos momentos yo me vuelvo religioso y me digo a mis adentros, dame paciencia Señor. Para colmo entra otra clienta que ya se olvida de lo que vino a buscar para interesarse por la situación, claro, la anécdota del día que correrá como la pólvora en un pueblo sin muchas novedades.

 

Cojo la linterna, miro bien por todos los rincones, el animal no da señales de vida, hasta que veo en el fondo (a todo esto se unió al espectáculo una segunda vecina; y que no se callan) un bulto inerte. Daba unos destellos de azul.

 

Creo que ya está muerto, les digo. Parece un ave, es grande. Un faisán o algo así. La parlanchina empieza de nuevo a hablarme de que no sabe cómo se pudo meter ahí porque la claraboya está cerrada y bla, bla, bla… y tuve que irme a la otra punta del local para volver a levantar otra placa mientras la de las precauciones seguía dándome instrucciones de seguridad. Mi sorpresa fue mayúscula. Aquí está tu animal muerto, le digo a la que no se calla: ponte guantes. No, da igual yo me lavo luego las manos y bla, bla, bla… las cuatro allí, expectantes, con la emoción a flor de piel y saco del sobretecho un pañal sucio y seco de hace años que debía estar allí. O sea, es un techo de bloques, cerrado; un piso bajo. No pudo haber caído de ninguna parte.

 

Así que miré bien por todas las esquinas con la linterna, ni rastros del bicho, coloqué los paneles y les dije que hasta luego que tengo cosas que hacer. Ahora ya se han olvidado del animal y andan especulando de cómo diantres pudo llegar un pañal sucio a un sobretecho. Esto sí que va a ser un tema de conversación entre las muchachas del pueblo al menos durante una semana.