Hoy la invité a salir, a la mujer que el cielo dibujó con más esmero, la que al mirarla, hizo del tiempo un suspiro lento, y del mundo, un escenario sin ruido ni miedo.
Su rostro, desde aquel primer encuentro, se tatuó en mi memoria como un verso sin final, y su mirada, dos luceros que me hablaban sin hablar, me hizo saber que yo la quería… sin saber cómo ni cuándo.
La miré, y los segundos se volvieron eternos, como si el universo contuviera el aliento, esperando su respuesta, esperando que el milagro se hiciera cierto.
No hubo un “sí” inmediato, ni promesas al viento, pero en ese instante fui más valiente que nunca, porque amarla en silencio, y decirle lo que sentía, fue mi acto más puro.
Y si el destino no la trae a mi camino, si su corazón no se cruza con el mío, moriré sin arrepentimientos, porque alguna vez, yo lo intenté con ella.