Un río sin orillas, un barco sin timón,
la memoria se deshace, una ilusión.
El ayer se evapora, un velo de neblina,
los rostros son extraños, la vida peregrina.
Soy un eco en el viento, un susurro sin voz,
buscando en la noche un fragmento de Dios.
En la luz del olvido, en esta soledad,
se abre una puerta mística a la eternidad.
El alma se libera, un pájaro al volar,
sin pesos ni cadenas, sin nada que guardar.
Mis manos ya no aprietan lo que se fue de mí,
ahora solo abrazo la luz que está por venir.
El tiempo se detiene, el camino se borra,
y en la quietud profunda, el espíritu aflora.
Ya no hay nombres, ni fechas, ni pena,
ni dolor, solo el puro ser, un infinito amor.
¡Y, ahora no recuerdo, el tiempo que me queda!