Un espinoso sueño de tejido y sangre
prometió tu semilla en mi vientre,
tu boca: un vivir envuelto en llamas,
tus astrales ojos de musgo oscuro
impidieron entretejerse el lodo y el odio
en el corto tiempo del mundo.
Tu salvaje e insaciable hambre,
adormecieron mis ansias
y me acrecentaron los vicios.
Entre espejismos descubrí
un país de carne: llamado Paraíso.
Una promesa habitual
del cantar de pájaros a mis oídos
la tierra viva, desconocida,
y palpada a besos vuelve a mis pasos
a hundirse en los abismos.
Mis uñas voraces
se aferran a lo siniestro de tus tierras,
al frío latiendo en tu ser,
a los días insomnes del idilio,
donde golpea la amargura
y germina el desconsuelo
de la noche helada
que no reporta besos.