Ana Estraviz

Mi Derrota

Caí,

Me arrodillé desesperada ante la vida, y no me tendió la mano. Hice, hago todavía, lo que parecía esperarse de mí:

Trabajé, reí, Trabajé, lloré, Trabajé, me enamoré, Trabajé, morí.

Morí. Vacía.

Era mentira: no hay honor ni belleza en las cenizas.

Ardí. Sola.

Me consumí. Sola. Y lo peor es que fue para nada. Ni siquiera el fuego de mi incendio me calentó. Ardí para otros buscando su oxígeno, sus llamas. Y, entretanto, aún quemándome, me congelé yo.

Alguien lo vio? Creo que ni siquiera quien más me ama, a quien le digo que por ella arde mi alma, cuando en realidad ya no recuerdo el calor.

Desde luego no quien me abandonó. Han pasado, irremediables, los años; intenté e intento aferrarme a la lumbre de sus brazos, pero sé que es en vano. Sé que, para mí, ya se apagó. Aunque no lo quise así, todo cambió.

Todo cuanto conocía ha cambiado para mí.

Ahora debo seguir, hueca, habitada por un ser que ya no habito.

Viviendo una vida en que no me veo.

Condenando a mi alma a vagar entre las reminiscencias de nuestro antiguo hogar. Ese hermoso paraíso al que no creo poder volver. Y no sé si prefiero pensar que por mis fallos me han negado la entrada, o que ya ni siquiera existe.

Lo anhelaré para siempre entre cenizas.