Despertó sin saber si era de día o de noche.
La luz que entraba por la ventana no tenía forma; parecía una niebla blanca, suspendida, sin intención de avanzar ni de retirarse.
Su nombre... tampoco estaba claro. A veces lo recordaba como Elías, otras como Jan, otras simplemente como \"el que vuelve\". Lo único constante era esa sensación de haber estado ahí antes, de haber caminado por esa habitación con los pies descalzos y el alma a medio coser.
Había un cuaderno en la mesa. Sus páginas estaban en blanco, excepto por una línea escrita a mano en la primera hoja:
\"No olvidesque esto ya pasó.\"
Sintió un escalofrío, pero no supo si era por el mensaje o por la caligrafía, que era suya... y no lo era al mismo tiempo.
La ciudad fuera de la ventana parecía dormida. Edificios grises, torres lejanas y una bruma espesa cubriendo las calles, como si el mundo estuviera esperando algo —o alguien— para reiniciarse.
En el fondo de su memoria, una figura sin rostro aparecía entre sombras. La sentía observándolo desde algún rincón del tiempo. Un Rey. Un enemigo. O tal vez un guardián de secretos que él aún no estaba preparado para conocer.
Su reflejo en el espejo no ayudaba. Parecía el de un hombre joven, pero con la mirada cansada de siglos. Bajo su piel latía algo antiguo, como si cada latido repitiera una historia que nunca terminaba.
Buscó en la habitación alguna señal. Nada. Solo ese cuaderno... y una pieza de ajedrez solitaria, tirada en el suelo. Una torre negra, rayada por el tiempo, como si hubiera sido arrastrada de un tablero invisible.
La tomó entre sus dedos. Sintió que algo dentro de él se abría como una puerta mal cerrada: imágenes, voces, decisiones, gritos lejanos.
El eco de sí mismo, resonando desde otras vidas.
Y entonces lo supo: no estaba comenzando nada.
Estaba regresando.