No lo puedo acunar porque se deshace, se vuela en pájaros grises.
No le puedo poner una coraza porque se escapa en llantos azules.
De pura ausencia me has dejado los ojos sin estrellas.
Miran viendo las cosas como si se perdieran sus formas en la bruma, como si los colores no existieran y el sol diera una luz envejecida, que no alcanza para hacer despilfarrar esmeraldas a los trebolares.
De pura ausencia me has dejado los pasos sin camino.
Me llevan de aquí para allá, de un rincón a otro de la casa, de una vereda de la calle a otra, hacia el norte, hacia el sur, hacia el este, hacia el oeste, siempre inquietos, empujados por vientos que cambian de rotación a cada rato.
De pura ausencia me has dejado el universo de silencio.
Sin cantos, sin los pequeños ruidos cotidianos que son como una música de cálido tono: el chocar de copas brindando, el tenedor que golpea contra el borde del plato, las voces de la gente.
De pura ausencia me has dejado rondando tu recuerdo, estatua de viento que trato de contener entre mis manos para que no se disperse, y corro, arrebatándole de todo, pero hasta te has confabulado con el recuerdo para que el recuerdo se borre.
Impreciso, ausente hasta del dibujo que trato de hacerme con tus rasgos.
Huyendo, terco, siempre huyendo.
Y mi voz, que es lo único que me dejó tu ausencia.
Mii voz para llamarte y llamarte, y rodar detrás tuyo; primero apenas voz, apenas lágrima que va creciendo a medida que se lleva por delante las murallas que vas interponiendo entre nosotros.
De pura ausencia me has dejado las manos sin tareas.
Eran para estremecerse entre las tuyas.
Para recorrerte la piel con las yemas de los dedos, para competir con las palabras y expresarse, también, ante tus ojos divertidos al verlas aletear e inventar un nuevo abecedario.
Ahora estoy desarmada, sin fuerzas, sin defensas.
De pura ausencia, me has dejado muerta.