Sentí nostalgia con el tinte oscuro
de aquella tarde, que tan triste fue;
viendo en sus ojos la mirada fría
que atravesó mi piel.
Miré su sombra se alejaba rápido,
como se mira lo que pudo ser;
y bellos días de infinito ensueño
con pena recordé.
Al contemplarla con su paso altivo,
de sus palabras escuché el fervor;
cuando decía, con su voz de arcángel:
¡El mundo es de los dos!
Pero promesas del amor eterno
vientos de invierno les quitó pasión;
quedando sólo lacerante huella
que su marcha dejó.
Autor: Aníbal Rodríguez.