La música entra en mí
como un beso que arde,
me toma de la cintura
y me arrastra sin pedir permiso.
Su voz me muerde,
sus notas me encienden,
me quita el aliento
y me deja temblando
en medio de un silencio que quema.
Cada compás
es un roce en la piel,
cada crescendo
una caricia que no sabe detenerse.
Y cuando creo que se ha ido,
regresa…
con un solo que me rompe el pecho
y me hace suplicar otra vez.
La música…
mi amante eterna,
mi condena dulce,
mi libertad encadenada.