No hay razón
No hay alguna.
Soy un resto.
Un pedazo de carne blanda, temblorosa, hueca.
Un alma pobre e inmaculadamente débil.
Un desperdicio tibio
Que palpita de sueños malurdidos.
No necesito manos.
No necesito ojos.
He perdido mi último lugar
Donde podía, finalmente, ser yo.
Lo arrancaron,
lo arranqué.
Lo mintieron,
lo mentí.
Sin embargo, he maniatándome,
Cobarde y solitario.
Habitando el antónimo del arrebato.
Tal vez ahí es donde pertenezco.
Sin nada más qué destruir
en mis subtes que aborrezco.
Pero no necesito que alguien me ayude.
Ni quien serle sus miradas.
Ni mi padre,
Ni mi madre,
Ni mis hermanos.
Ni nadie quien entienda.
Nadie que soporte.
Nadie que mire sin querer vomitar.
Pues mi solo existir
Es arcada seca.
Es llaga.
Es bilis que se arrima a la boca.
Es peso muerto y nauseabundo, pegado a la piel.
¡Dispénseme, Jesús!
Antes de que me trates de acariciar,
Sé que no lo puedo justificar.
Puesto que mi error fue nacer.
Mi culpa fue existir.
Mi estupidez fue creer que algo podía salvarme.
Soy un hijo de dos cuerpos egoístas y enfermos.
Dos cuerpos que se pudrían juntos en el acto.
Que parieron sin amor.
Que solo me escupieron al mundo
como una bazofia húmeda.
Ahí nací yo.
En el caldo avinagrado.
En la peste llamado hogar.
Unus error en estas probabilidades
que formaron al apéndice mundo.
Perdóname, Jesús.
Pero no debí.
No debería.
Ni siquiera sirvo para complacer al vacío.
Soy un ruido agujereado.
Soy nada.
Soy menos que nada.