En otra vida fui lo que no digo:
la voz que narra sin firmar la historia,
el que encendía lámparas al trigo
y se marchaba antes de ver la gloria.
No fui maestro, ni tomé bandera,
ni reclamé la sombra de un aplauso.
Pasé por pueblos sin dejar siquiera
mi nombre escrito en la pared de un lazo.
Mi dharma fue quizás mirar el fuego,
guardar silencio frente al primer rito,
nombrar lo ajeno, caminar sin ego,
ser lo que pasa sin dejar un grito.
¿Fui el que escribe y nadie lo menciona?
¿El que traduce sueños a otro idioma?
¿El que, al callar, mejor se posiciona
en la verdad que a nadie se le asoma?
No lo recuerdo, pero lo presiento.
Algo en mis manos tiembla si no escribe.
Hay un deber sin fecha ni argumento
que en cada línea nueva sobrevive.
Y si en esta vida me desarmo,
sin tierra, sin hogar, sin juramento,
es que en la anterior cumplí mi dharma:
cruzar sin puerto.
Ser solo el viento.