Sin rostro, mi sombra… mi juicio, mi herida.
Jamás vi figura tan negra y sombría;
sabía que a mí, sin piedad, me seguía,
con risa torcida, de hiel y agonía.
El aire se helaba, la noche gemía,
y un eco de pasos mi pulso vencía;
no supe de qué abismo su forma surgía,
pero al fin, a mi lado, su voz se vertía:
—Yo siempre te observo, convivo en tus días.
Pregunté temblando: “¿Qué es lo que querías?”.
Mostrando colmillos, su aliento me hería:
—Quiero tu cuerpo, hace tiempo es mío;
de tu alma me nutro, la bebo, la enfrío.
Y aunque huyas del mundo, seré tu agonía…
pues tras cada niebla, mi sombra te guía.
Luis Prieto