Ella es el río que fluye sin pedir permiso,
esculpiendo el cañón sin un solo lamento.
Es la montaña que resiste al tiempo,
el vértice de un poder que no conoce invierno.
Ella es el sol que amanece en sí mismo,
y la luna que no necesita reflejo.
No es una pieza del ajedrez,
sino el tablero, la partida y las reglas.
En su mirada habita la sabiduría de las estrellas
y en sus manos, la fuerza que mueve los continentes.
No es la mitad de un todo,
sino el universo que se expande,
el origen y el destino de su propio existir.
No hay complejos en el mar cuando es profundo,
ni desigualdad en el aire cuando es libre.
Así es ella,
una fuerza cósmica que no se mide ni se compara,
solo se observa y se respeta en su inmensidad.