Y ya en el final,
cuando se han desandado todas las preguntas,
se vislumbra el vacío de las certezas.
Es ahí donde el alma se envuelve en un manto de luz tibia.
Lo fugaz abre la herida del cielo,
palabras suspendidas entre la duda y la plegaria.
La noche no es oscura,
es un templo sin paredes
donde el silencio se solaza.
Hay una conexión invisible
que se amarra al núcleo del infinito.
Y cada pensamiento es un suspiro
que no sabe si es melancolía o redención.
No hay júbilo,
pero sí una paz que habita bajo la piel,
como si el universo, por un instante,
hubiera comprendido todo.