Lamento de Liocardo
a la luna creciente
al calor de una fogata
en la noche iluminada
por estrellas refulgentes
curtido de mil batallas
y con la guerra
como único aliciente:
Noche oscura y solitaria
silenciosa cual resaca de contienda
sin un alma que me entienda
ni unas manos prodigiosas
que mis heridas atienda,
como la misma luna inquieta
ayer era rodeada
de luminosos planetas
y hoy olvidada en su curso
tal que viuda pareciera.
Así el destino compensa
al belicoso guerrero
pues su armadura de acero
le cuida de dardos y dagas
pero no del puñal asesino
que blandido en puño amigo
llega quedo a sus espaldas.
Luna errante, me comprendes.
Tañes la cuerda de mi arco
y mi voz desgarrada te sorprende,
aquí, tú y yo, solitarias,
tan lejanas y con la misma suerte.