Lo que había en mí, lo que palpita y estremece, lo sellé. Lo empaqueté en lo más recóndito de mí. Lo aparté con la furia de una tormenta.
Lo ignoré.
Hice de mi vida una planicie gris, sin eco. Pero a tu paso, a tu tacto, todo se desbordó.
Lo que había sellado, se abrió. Lo que estaba quieto, volvió a la vida. Lo que había en mí, sin saberlo, te esperaba. Y de eso, de ti, ya no hay regreso.
Ahora, solo hay un pulso: el que te nombra.
m.c.d.r