A veces pienso que la vida
es ese chiste malo que nadie entiende,
una broma cósmica con fecha de caducidad,
y nosotros, actores improvisados,
con guion escrito en un idioma que olvidamos.
Recuerdo aquella vez —¿o fue un sueño?—
cuando el tiempo quiso detenerse,
y yo, torpe, traté de alcanzarlo con las manos,
pero solo logré atrapar mi propia sombra.
La filosofía me susurra al oído
que todo es un juego de espejos rotos,
y yo le respondo con una carcajada,
porque a veces la verdad es demasiado seria
para tomársela en serio.
Camino entre recuerdos y absurdos,
con la ironía como escudo y la ternura de aliado, buscando en lo pequeño, lo grande;
en un café olvidado, un verso a medias,
el secreto de ser y no ser al mismo tiempo.
Y aunque a veces me pierda en el laberinto
de mis propios pensamientos dispersos,
celebro el caos, la duda, el desorden,
porque en esta danza imperfecta de ser,
la risa es el poema más sincero que puedo escribir.