Ya el hierro de mi espada está dormido,
y el pecho, que por ti fue llama y brío,
hoy arde en paz, cual leño en el rocío
de un tiempo que pasó, mas fue vivido.
Tu nombre \"¡oh luz!\" me ha sido lo querido
cuando el deber me helaba el albedrío;
jamás faltó tu sombra en el estío
ni en noche oscura tu mirar vencido.
Hoy cierro el libro, el yelmo, la jornada,
mas no el amor: que él sigue, tan ardiente,
como al partir, mi dulce enamorada.
Y si hay cielo en lo alto, eternamente
cabalgaremos juntos, alma alada,
en paz, sin guerra, amorosamente.