Hoy mi despertador sonó con orgullo,
como si fuera un gallo campeón de feria.
Yo, medio dormido, le di un empujón,
y cayó al piso con más drama que novela.
Saltó la sábana como ola de mar,
mi almohada me gritó: “¡No te vayas aún!”.
Pero el café desde la cocina me guiñó un ojo,
y dije: “Está bien… pero sólo por vos”.
Busqué mis medias y encontré un calcetín triste,
huérfano, mirando a su pareja perdida.
La otra apareció… pero en la heladera,
abrazando un tomate como si fuera su primo.
Al final salí tarde, la lluvia me empapó,
y el viento me despeinó como peluquero loco.
El perro del vecino me ladró en francés,
y un gato me siguió como guardaespaldas silencioso.
Pero pensé: “Al menos mi despertador…
todavía sigue inconsciente en el piso,
planeando su venganza para mañana a las seis”.