Isidora_Luna

Elegía con duende  — Tributo a Federico García Lorca

 

 

Elegía con duende 

 

No se amordaza un ruiseñor,
ni se entierra a un verso vivo.
Su sangre salta en los muros
como un clavel encendido.

Cantaba con pecho abierto,
como canta el que ha nacido
con el dolor entre los dedos
y un relámpago en el ombligo.

¿No veis temblar el silencio
cuando su nombre se dice?
Callad, si no sois incendio:
ni duende, ni voz, ni filo.

Lo buscaron día ciego,
con la boca en llamas, cuchillos.
Le mordieron la garganta
mientras lloraba el olivo.

Con la lengua entre las sombras,
con el alma hecha rocío,
con los pies llenos de lava
y los huesos de castigo.

Lo odiaron por ser espejo,
por mostrarles su asesino.
Lo callaron día rojo de agosto 
y sombra de lirios.

Pero su alma canta aún,
donde el silencio hace nido.

No lo veló ningún canto,
ni rezaron por su espina.
Solo el polvo y las hormigas
custodiaron esa ruina.

Nadie vio caer su sombra.
Fue silencio entre las ramas,
con fusil como costumbre
que cerró la madrugada.

Aún sangran las azucenas
donde su voz fue semilla.
Aún la tierra se estremece
si sus versos se pronuncian.

¿Y los que dieron la orden?
Van con traje, cruz y misa.
Pero el poeta, sin tumba,
les gotea con su tinta.

La pluma no obedece.
No perdona, no se alquila.
Versos que hablan desde cunetas,
aun con la lengua encendida.

Que tiemble la tierra
cuando el olivo suspira:
el duende no ha partido.
Sigue escribiendo vivo.

En el fuego de esta herida.