Te vi, y el alba cedió su aliento,
dobló su oro, tembló su ardor.
Como si el sol en su nacimiento
rindiera su reino ante tu fulgor.
Tan pura, etérea, brisa en la altura,
un soplo bastó para arrebatarme
como el río que olvida su ruta
como sombra negándose a nombrarte.
No fue solo tu gracia callada
fue tu risa, tu voz, tu alma infinita
cada gesto tuyo, un sol sin morada
cada suspiro, la brisa bendita.
Quise llorar, no por pena o duelo,
sino porque mis ojos tiemblan de fe,
pues vi en tu luz el alto consuelo
de un mundo forjado en eterno Edén.
Daría mi vida, mis horas, mi aliento
por verte mil veces y mil más seguir.
Si Dios me entregara otro firmamento
volvería a elegirte, volvería a existir.
Siempre tú, estrella sin ocaso,
siempre el oro en tu piel reflejado,
porque no hay luz que valga su paso
si no es la que en ti ha despertado