La noche está vestida con un frío de muerte,
arrogante porque despliega varias formas de ajusticiar,
de empujar al día hacia su suicidio cotidiano,
acuchillando el vientre del crepúsculo,
hasta convertirlo en olvido.
Hubo un tiempo en que vi a la noche,
inocente e ingenua,
quizá, porque brindaba a la luna,
la ocasión de inspirar esperanza,
como si no pasará nada bajo su manto,
como si las barcazas reposarán,
sobre un mar en calma,
como si la única respuesta a los miedos,
fuese mirar el resplandor del astro entre lo oscuro.
Probablemente mañana sea un día azul,
no importa, si será domingo o el último día,
no importa si le corresponde al sol brillar con anarquía,
o si la lluvia desata su poder abundante,
todo será pasajero ante la negritud,
que impasible espera,
provocar que se arrodillen,
ante su altar desolado.