Todavía ensoñado, un leve trino
me alertó de una alondra en el jardín,
entre las flores blancas de un jazmín
que brotaba del tallo de un espino.
Seguí soñando a espaldas del destino,
parecía la fuente un clavecín,
sus arpas de agua daban un sin fin
de leves gotas de ámbar cristalino.
Eran sus notas como los marfiles
de un teclado, pulsaban en la palma
de mi mano sonatas en el alma,
bajo un cielo de océanos añiles.
Fue un instante fugaz, quizás un segundo,
pude, en su breve canto, huir del mundo.