LA GUERRA DEL SOLDADO REITER
Cuando el soldado Reiter entró en combate,
todos los disparos parecían proceder
del norte, y eran disparos sueltos,
espaciados, producidos, tal vez,
por un emboscado francotirador.
Pero también caían proyectiles de mortero,
sencillos y también espaciados en el tiempo,
que formaban algún socavón profundo
donde el soldado Reiter podría caer
y descansar un rato antes de continuar
con la ofensiva, otra vez bien despierto
y muy atento a todos los sonidos,
tanto a los mínimos
de la hierba aplastada alrededor,
como a los más aparatosos y estruendosos.
Y una vez el aliento recobrado,
volver a la carga, al asalto, en línea recta,
con fervor, casi con fiebre,
como si ningún disparo
de la guerra en Rusia
fuera capaz de dañar a Reiter
en su avance impetuoso,
un avance que derrochaba desapego
y que desobedecía el protocolo
militar para estos casos.
Sin atisbo de enfurecimiento,
con un rostro ni pizca de cariacontecido,
un soldado que, en plena refriega o balacera,
busca la gloria de un tiro en la frente,
la de un héroe muerto.
Se abría paso de esta forma hasta que la guerra
llegó a un paseo marítimo
de una ciudad con puerto de mar,
con árboles altos y frondosos,
con hilera de hoteles balnearios
y con un club gastronómico,
con una docena de yates, por lo menos,
atracados allí mismo.
Entró el primero al frente de su destacamento,
el pecho palpitante, cerca la ciudad de Yalta,
y cayó de repe ante en la cuenta
de que parecía como si la guerra en Rusia
no fuera con aquel ambiente,
con aquella localidad típica de veraneo,
con aquel turístico decorado.
Gaspar Jover Polo