Allá, donde nadie puede ver
Allá,
donde nadie puede ver,
habita el secreto de las cosas que callé.
No hay linternas
—solo sombras que se niegan a alumbrar—,
ni péndulos —que nos recuerden el tiempo—,
ni reflejos —ni siquiera un gesto—
de lo que pudo ser.
Y sin embargo,
en ese rincón ciego del alma,
—campo de cenizas—
una brasa tibia —mínima—
aún guarda el perfume
de lo que ardió sin testigos.
Y a veces —solo a veces—
alguien tropieza con mi silencio
y cree haber oído
el murmullo de un ave.
Pero no.
Era solo yo,
volviendo a casa.
Porque a veces,
volver a casa
es solo atreverse
a encender la brasa
sin miedo a la ceniza.
—L.T.