El diez de febrero,
plaza vacía, frío mortal,
olvidé mi abrigo,
y el viento me hizo mal.
Llegaste sin aviso,
sin palabras, sin prisa,
quitaste tu abrigo,
me cubriste con brisa.
Un gesto tan sencillo,
que pareció un milagro,
tu risa dulce y suave,
como canto en el ocaso.
Un beso en la mejilla,
que ardió en mi mejilla helada,
la nieve dejó de ser nieve,
pétalos que caían al alba.