Verso IX : Condena dulce
Mientras fingías el sueño,
te observé como se observa el pecado —
esa condena dulce y fatal,
con manos temblorosas, abiertas al fuego.
Tus párpados cerrados eran cuchillos,
soñando rostros que no eran míos,
mientras yo desvelaba tu sombra.
Nunca pronunciaste ese verbo prohibido: “ven”.
Te quedaste, espectral y frío,
en el lado del lecho
donde el perfume se ahoga en el olvido.
Y yo, con un pulso que renegaba de Dios,
te deseé en silencio,
no por tu carne,
sino por el instante fugitivo
en que podrías haber dicho “ven” —
y elegiste el silencio.