En la grieta del ocaso,
donde el hueso del cielo se quiebra,
un latido escupe brasas,
desafía la sombra que lo encadena.
El río lame su propio vacío,
pero un guijarro canta en su lecho,
teje un himno de espinas y sal,
y no se rinde al silencio deshecho.
La niebla abraza, ciega, devora,
mas un ojo de ceniza parpadea,
corta el velo con uñas de viento,
y en su pulso la noche se arquea.
No te inclines al yugo del polvo,
aunque el eco te mienta su fin.
En la médula del caos, un grito:
el corazón arde, y no sabe rendir.