En la cumbre donde el sol se inclina,
camina un alma de fuego y honor,
Leonardo, guardián de la colina,
con pasos firmes y noble ardor.
Su voz no grita, su fuerza no hiere,
es brisa que empuja, escudo que ampara,
y en su mirada, la luz que prefiere
la verdad que salva, no la que dispara.
Corona de oro, no por vanidad,
sino por méritos del alma fiel,
que lucha en silencio con dignidad,
y vence al temor con su propio laurel.
No teme la noche, ni el juicio ajeno,
pues su valor no busca aplauso humano,
es fuego sagrado, es amor terreno,
es león que ora con el corazón en la mano.
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