lictor Quevedo

Café de eternidad

Me encuentro perdido… en tu dulce mirada,
donde el tiempo se rinde y no quiere pasar,
donde el alma se postra, deshecha, callada,
y todo el vacío se empieza a llenar.

¿Cómo explicar que del cielo descendiste,
que en tus pupilas la luz se hizo inmortal?
Dos cálices hondos de un café que persiste,
más cálido y hondo que todo el cristal.

Tus pupilas de sombra y de fuego silente
son abismos sagrados de aurora interior,
son universos que giran eternamente
en un mar sin orillas, sin rumbo, sin dolor

Cada vez que me miras, el mundo se aquieta,
todo gira en tu eje, todo es sin razón.
Me pierdo en danza que tu ojo interpreta,
como verso atrapado en su propia canción.

Tú eres mi raíz, estrella encendida,
la cima imposible que quise alcanzar,
mi himno secreto, mi fe redimida,
el todo que existe, verbo de amar.

No hay minuto ni sombra donde no estés tú,
ni aliento que escape de no recordarte,
porque tú eres llama, mi destino, mi virtud,
y el pulso en mi pecho no puede negarte.

Te amo… no basta esa forma sencilla,
te amo en lo eterno, lo hondo, lo atroz,
con un fuego que quema, desgarra y brilla,
que al nacer no pregunta, solo es… y es voz.

Quiero quedarme, sin prisa ni duelo,
sellado en tus días, flotando en tu bien,
desnudo en tu aire, dormido tu cielo,
bebiendo tu risa, soñando tu sien.

Porque tú eres centro, fulgor, universo,
la fuente primera que sabe sanar,
y al verte calla todo adverso:
He encontrado todo… y no quiero cesar.