En el vagón, la noche era un espejo,
Tokio pasaba en un fulgor fugaz.
Tus ojos, Yumiko, fugaz reflejo,
promesa muda de un anhelo audaz.
El tren nos lleva, un ritmo de metal,
a un lugar donde la música espera.
Pero mi mundo en ti se hace caudal,
y en tu sonrisa encuentro mi quimera.
Las luces ciegan, la música vibra,
y en ese caos, solo existes tú.
Mi mano en tu espalda se equilibra,
y el mundo se reduce a una luz.
Abrazados, bailamos sin compás,
mientras los cuerpos buscan su razón.
En el aliento que me das y das,
el deseo es un latido de canción.
Tus labios cerca, un murmullo sin voz,
el calor de tu piel, un fuego lento.
Y en la mirada, un deseo atroz,
que nos consume en este mismo momento.
¡Un crisol de cerezos, nos susurran secretos!