Fuiste brújula y alba en mi latido,
raíz de un horizonte sin regreso.
Tu risa, clarín de luz, rompió el tropiezo
cuando el miedo inventaba su sonido.
Tu silencio, incendio leve y contenido,
me enseñó a oír la sangre de la piedra;
y tu mano, que hace germinar la hiedra,
dibujó constelaciones en mi nido.
Hoy el mundo gravita en otros ejes
y guardo tu nombre como un credo eterno;
si el dolor se disfraza de invierno,
convoco la brújula que tú me dejes.
Porque soy la semilla que sembraste.
un verso tuyo que eligió quedarte.
A la memoria de mi padre, con gratitud eterna.
Javier O.