Hay un verso
que se aferra al aire
como una cuerda tendida
entre dos silencios.
No cae,
no tiembla,
solo respira
al compás de la mano que lo sostiene.
En él cuelgan
las palabras húmedas,
recién lavadas de memoria,
esperando secar al sol
de quien las lea.
El verso sostenido
no es cuerda floja ni nudo,
es puente:
cruza del alma al papel
sin romperse.
El verso cuelga,
liviano,
entre dos silencios.
Respira.
No se cae:
lo sostiene la voz
que todavía lo nombra.