D. Méndez

Instinto

Cuando me mira,

no hay escapatoria.

Sus ojos—oscuros, hambrientos—

desnudan antes que sus manos.

Es un arte cómo me domina

sin tocarme,

cómo su voz en mi oído

es preludio de catástrofes dulces

en la cama.

 

Sus lentes no ocultan nada,

solo encuadran el deseo

que se derrama en su mirar.

Cuando se inclina sobre mí,

es como si el mundo se plegara

al borde de su boca,

al filo de su lengua.

 

En su silencio hay promesas,

en su aliento hay incendio,

y cada roce suyo es mandato

que mi cuerpo aprende

sin dudar, sin pudor,

como si me hubiese escrito

en la piel

desde antes de nacer.

 

Su boca conoce el silencio de mi piel

y lo convierte en un grito apagado,

uno que solo él entiende.

Yo me rindo.