La justicia (Soneto)
Me vendaron los ojos por decoro,
pero después vendí mi voz al mando;
callé verdades, fingí estar juzgando,
y fui silente cómplice del oro.
Al pueblo lo miré con falso lloro,
firmé perdones sin temblar la mano;
si alguien gritó, cambié su grito en vano
por leyes dulces, con sabor a cloro.
A veces lloro, sí, pero en mi celda,
pues fui señora sí, hoy soy la sirvienta;
el mármol se hizo cárcel y frontera.
¿Justicia soy? Quizás fui esa leyenda,
pero he caído: ya no queda estrella
que no esté al fin comprada por cualquiera.