No aparezco en el listado
de las mayores fortunas
(Forbes de mí se ha olvidado,
aunque no pierdo la fe).
No puedo decir tampoco
que haya pisado la Luna,
ni me alumbra con su foco
por encima de la nuez
el honor de una tribuna:
no tengo toga ninguna
para ejercer como juez.
Mi tumba no será un blanco
mausoleo en mi memoria
custodiado en sendos flancos
por estatuas con pendón,
ni pasarán a la historia
mi biografía y un blasón
cuando mi carne mortuoria
se la coman los gusanos,
ni pondrá en una inscripción
hecha en números romanos
mi fecha de defunción.
Pero encabezo la lista
del selecto Club Del Folio
En Blanco Para La Vista,
porque tengo el monopolio
de los versos sin nacer.
Y escribo en una revista
que no publica en papel
ni en formato digital;
es un formato algo extraño
que solo una vez al año
premia a quien peor nivel
demuestra en dicho portal.
Y me presenté al certamen
como quien tiene un examen
con mis versos sin hacer.
Me dieron tras el concurso
a los peores poetas
un accésit sin diploma
enrollado en una goma,
ni tampoco una mención
cuando dieron el discurso
que clausuraba el evento.
Y, por cierto, hasta el momento,
desconozco quién ganó
este año el primer premio
como el poeta peor...
No sé quién será ese genio.
Pero esperen, por favor,
porque un colega del gremio,
más avispado y despierto
que este humilde servidor,
me informa que el galardón
no se ha quedado desierto.
Pues me sirve de consuelo
descubrir que en ese duelo
hay alguien peor que yo.