Yo le decía:
—“Mamá, ¿me prestas dinero?”
—“No.”
—“¿Me ayudas con la renta?”
—“No puedo.”
—“¿Puedo volver a casa?”
…y se quedaba en silencio.
Esa noche me bloqueó de todo.
WhatsApp. Llamadas. Todo.
Y me sentí traicionado.
Dormí donde pude.
En el piso, en sillones prestados.
Nadie te aguanta mucho cuando no puedes con tu vida.
Hasta que un día, fui a buscarla.
No abrió.
Pero deslizó una carta bajo la puerta:
“Te amo.
Pero no puedo seguir rescatándote.
Porque mientras lo haga, no vas a aprender.
No quiero un hijo cómodo.
Quiero un hijo fuerte.
Y eso… a veces, duele.”
Lloré como no lloraba desde niño.
Pasaron meses.
Conseguí un trabajo.
Un cuarto.
Una rutina.
Y el día que cobré mi primer sueldo, le escribí:
—“Gracias, mamá. Ya entiendo.”
No respondió.
Pero esa noche, al llegar a casa…
Había una bolsa con mi comida favorita.
Y una nota:
“Ahora sí estás listo para volver.
Pero no a pedir.
Sino a compartir lo que lograste… con esfuerzo.”
📌 A veces el amor se aleja, no para castigarte…
Sino para que descubras que puedes sostenerte solo.